El artista viajero busca siempre nuevos horizontes. No es un turista: no compra souvenirs, no se toma una fotografía para presumirle a sus amigos cuando regrese, ni busca hacer suyo el lugar. Por el contrario, el viajero quiere dejarse llevar, permitir que el lugar lo arrastre hacia sus raíces para revelarle sus distintas caras. Busca el momento inesperado en el que las cosas nos revelan que no son lo que esperamos, el punto en el que la experiencia excede al conocimiento: el asombro. No busca la esencia - ¿qué es eso? - porque sabe que definir es un ejercicio del poder. Lo que busca es lo contrario, exponerse a das Offene, lo abierto, en el sentido en el que lo definía el poeta alemán Rilke. En vez de cerrar y encerrar en definiciones, busca abrir sus ojos para exponerse a lo que hay afuera, más allá de los límites de lo conocido.
Para lograr este cometido, el artista viajero recorre muchos territorios, sea desplazándose o bien por medio de la lectura (no todos sus viajes suceden en el presente). De vez en cuando, a medio trayecto, algo produce una chispa que conecta dos objetos aparentemente disímiles y distantes. Este es el momento que justifica el viaje. Claude-Henri Bartoli es uno de estos artistas viajeros que pone en juego símbolos encontrados en distintas latitudes: ranas, esqueletos, serpientes, sombras. No los hace coincidir para encerrarlos - decir ‘esto es lo mismo que esto’ - sino porque nos permiten encontrar la conexión: la sympatheia profunda que conecta a todos los seres.
La exposición Analogon de Claude-Henri Bartoli se encuentra vigente en el Museo Leonora Carrington del Centro de las Artes de San Luis Potosí hasta el 28 de febrero de 2021. La muestra es acompañada por dos publicaciones: la monografía El tercer ojo o las erradicas geopolíticas de Claude-Henri Bartoli de Yvon Le Bras y el poemario Le songe de Leonora Carrington de Bona Mangangu.
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